20 de Noviembre de 2024
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febrero 20, 2024 9 min
Una verdad incómoda
Los departamentos de gestión de Personas tienen la oportunidad de liderar el cambio hacia un entorno de trabajo más saludable y equilibrado. Te invito a que exploremos juntos este desafío.
El despertador suena a las 6:30 a.m., interrumpiendo abruptamente el sueño que últimamente siempre se me antoja corto. Me levanto con la sensación de pesadez que solo se experimenta al saber que comienza un nuevo día de trabajo, a ver si la ducha me ayuda a despejarme. En la cocina, pongo la cápsula en la máquina y pulso el botón de espresso, mientras cojo el tupper de la nevera con la comida del mediodía, me tomo el café y salgo corriendo para coger el metro.
Una hora de viaje abarrotado de gente, hoy no he conseguido sentarme, en el trayecto envío notas de voz a mis amigos, parece que esta noche quedaremos para cenar, a ver si consigo salir pronto hoy. Escucho mi lista preferida de Spotify y abro Instagram, me quedo atrapado “stalkeando” los perfiles de personas que no conozco. Durante el trayecto, empujones y conversaciones ajenas que invaden mi espacio personal.
Llego a la oficina, tengo que buscar dónde me puedo sentar hoy porque ayer salí tarde y no reservé mi puesto de trabajo en la aplicación de la empresa. Desde que pusieron en marcha el “hot desk” saber dónde puedo sentarme es una pequeña tortura diaria de bienvenida a la oficina.
Ahora que he encontrado un sitio donde me podré sentar hoy, empieza a sonar mi alerta en el móvil. Me tengo que conectar a mi primer “Teams”, no me ha dado tiempo de cogerme un café. Desde la pandemia, los “Teams” se han convertido en una constante, pero la oficina no está diseñada para que todos estemos hablando a la vez. Sigo sin entender por qué tenemos que venir a la oficina para hacer esto.
Ya he acabado mi primera serie de “Teams”, ahora tengo un hueco para coger el café, ir al baño y sacarme trabajo de encima. Intento ponerme al día con las notificaciones que tengo en los distintos canales de la empresa. Por fin consigo un hueco para empezar a preparar un informe que tengo que reportar mañana. Me llega el mail de mi jefe diciéndome que tengo que contestar la encuesta anual de satisfacción. Qué pereza me dan estas cosas de recursos humanos. Creo que este año no lo voy a hacer porque no sirve para nada. Mejor sigo con mis temas, aunque me cuesta mucho concentrarme en las tareas mientras el murmullo de los monólogos en que se convierten las partes que escucho de las llamadas que hacen las personas que me rodean crean una cacofonía.
Veo que no podré hacer todo lo que tenía previsto hacer hoy. Creo que me tendré que conectar esta noche para poder acabar el informe.
De repente, llega una convocatoria de mi jefe que invade mi agenda: un proyecto urgente y reunión con todo el equipo para enfocar el tema a las 6:45 p.m. Siempre hace lo mismo. Mi agenda se desmorona, había venido antes para aprovechar la tarde y ya sé que hoy no saldré antes de las ocho, tengo que reestructurar mi día. Esta tarde tampoco iré al gimnasio y no podré ir a la cena con mis amigos. Envío mensaje al grupo avisando que no podré ir. Estoy harto de que me pasen estas cosas en el trabajo. Cojo mi tupper y comemos en la cantina de la oficina.
Las horas se convierten en minutos, la tarde se esfuma entre “Teams”, reuniones improductivas y correos interminables. Finalmente, logro terminar mi jornada a las 8:15 p.m., exhausto y con la mente totalmente nublada. De nuevo, una hora de metro de regreso a casa que aprovecho para escuchar las notas de voz que tengo en mi whatsapp y contestarlas. Mis relaciones últimamente se basan en conexiones fragmentadas y envíos de notas de voz a mis amigos que siento que son como mensajes en una botella que lanzo al mar. Un poco de música y a ver Instagram con una sensación permanente de malestar. Todos los días en la vuelta a casa tengo la sensación de que me paso el día estando y hablando con personas que no me importan.
En el supermercado 24 horas que hay debajo de casa compro algo rápido para cenar y me preparo el tupper para comer mañana. Mientras ceno, acabo de preparar el informe que tengo que enviar mañana y me hundo en el sofá con la esperanza de encontrar algo de distracción en una serie de Netflix. Sin embargo, los videos de las redes sociales me atrapan en un bucle interminable de publicaciones irrelevantes.
Finalmente, a las 00:30 de la noche, con la mente aún revuelta por el trabajo y las redes sociales, me duermo con la esperanza de que las 6 horas de sueño sean suficientes para afrontar un nuevo día. La rutina se reinicia, atrapada en un ciclo que se repite sin fin de lunes a viernes.
¿Tiene sentido vivir así?
Es probable que todos hayamos vivido o escuchado situaciones parecidas a las de esta historia ficticia porque hoy en día hay muchas personas que conviven con estas realidades que hace que se sientan completamente agotadas, descontentas permanentemente con su situación en el trabajo, con el sentimiento de falta de control sobre su vida y pensando en cuando llegará el fin de semana o las próximas vacaciones para salir de esa tortura. Algo que hemos asumido como normal.
Aunque todos sabemos que este tipo de vida no es buena y nos hace estar mal, seguimos con nuestro afán de progresar, de ser más eficientes perdiendo de vista en nuestro día a día lo que realmente importa. El proyecto de vida, la familia, la salud mental o el bienestar físico han quedado relegados a un segundo plano, sacrificados por esta voluntad de progresar, cumplir y producir. Esta realidad no solo es insostenible a largo plazo, sino que también es cuestionable. Nos han vendido la idea de que el éxito se mide por lo ocupados que estamos cuando, en realidad, la calidad de nuestro trabajo y de nuestras vidas depende de nuestra capacidad para desconectar, descansar y recargar, no de estar conectados y produciendo permanentemente.
La vida que merecemos es una que nos permita estar bien tanto en el trabajo como fuera de él, una donde tengamos tiempo para hacer lo que nos gusta hacer, conectar con seres queridos y cuidar de nuestra salud, mental y física. Lograr este equilibrio no será fácil, pero es esencial para nuestro bienestar a largo plazo. La verdadera medida del progreso no debería ser cuánto trabajamos, sino lo bien que vivimos.
¿Qué está haciendo recursos humanos para construir mejores trabajos?
La realidad de muchas personas que trabajan hoy en día se asemeja mucho al texto con el que empezaba el artículo, jornadas interminables, estrés constante, falta de conciliación laboral y personal, espacios de trabajo inadecuados, sobrecarga digital y falta de empatía en la vida que viven las personas. Algo que también hemos asumido como normal, pero que quizás tampoco lo sea.
En este contexto, los departamentos de Recursos Humanos desempeñan un papel crucial, siendo el puente entre la alta dirección y los empleados. Sin embargo, siento que a menudo se encuentran en una posición complicada, atrapados entre las expectativas de productividad de la empresa y el bienestar “real” de los trabajadores. La verdad incómoda es que como hemos relatado en nuestra historia inicial aunque todos somos conscientes de cómo están viviendo las personas no todos los departamentos de RRHH están dispuestos a enfrentarse con valentía a estos desafíos, o preparados para responder de manera efectiva. La falta de empatía con la situación que viven muchas personas en su día a día se refleja en muchas de las políticas y prácticas de RRHH que son percibidas como inútiles y acaban exacerbando la desconexión entre los empleados, los departamentos y los managers, llevando a un ambiente de trabajo aún más tóxico en el que las personas están mal y han perdido la esperanza de que alguien velará por ellas para que estén bien.
En muchos casos, se percibe que los esfuerzos de RRHH por abordar estos problemas se quedan en la superficie, centrados en iniciativas de bienestar que, aunque bienintencionadas, no abordan las causas profundas del estrés, la sobrecarga y el agotamiento laboral. Además, sabemos que los programas de bienestar o las plataformas para mejorar la salud mental son pasos que pueden parecer que van en la dirección correcta pero las evidencias demuestran que este tipo de soluciones son temporales y tienen muy poco impacto si no se acompañan de cambios en la cultura del trabajo de la empresa, en los managers y en la totalidad de la organización, ya que en la mayoría de las ocasiones los problemas de salud mental no son provocados por la persona sino por su contexto personal y profesional. La verdadera empatía va más allá de las medidas paliativas, requiere una comprensión profunda de las experiencias diarias de los empleados, de un compromiso genuino para crear un entorno de trabajo más sostenible y humano, en definitiva un buen trabajo.
Por otro lado, los salarios bajos continúan siendo una crítica central en muchas industrias, particularmente cuando no guardan proporción con las demandas y el volumen de trabajo impuesto a los empleados. Esta disparidad no solo afecta la percepción de valor y reconocimiento del trabajador sino que también impacta en su bienestar y calidad de vida fuera del entorno laboral, especialmente en momentos como los actuales con tasas de inflación altas que hacen que vivir sea más caro.
Los desafíos, por tanto, son grandes, pero este momento de altísima incertidumbre también representa una oportunidad para que los departamentos de RRHH se diferencien y lideren el cambio, reimaginando su rol y adoptando un enfoque más empático y holístico hacia la gestión de personas. Esto implica sustraer, volver a los básicos, escuchar activamente y validar las experiencias de los empleados, fomentando un diálogo abierto sobre lo que realmente necesitan para estar mejor en su vida y en el trabajo. Significa también abogar por políticas que realmente equilibren la productividad con el bienestar, que superen la presencialidad con horarios de trabajo flexibles, apoyando el trabajo remoto y ofreciendo estrategias efectivas a los managers para la gestión del estrés de sus equipos.
La falta de empatía de algunas áreas de recursos humanos para manejar estas situaciones no es solo un fallo moral, es también una mala estrategia de negocio. Los empleados que se sienten escuchados, valorados y apoyados son más propensos a estar comprometidos, a dar lo mejor de sí mismos, a ser productivos y sentirse parte de la empresa. Por lo tanto, invertir en el bienestar “real” de los empleados no es solo lo correcto desde un punto de vista humano, sino también una decisión inteligente desde una perspectiva empresarial teniendo en cuenta el mundo al que nos dirigimos, donde la verdadera diferenciación la marcarán las personas y no la tecnología.
El camino hacia un entorno de trabajo más saludable y equilibrado es complejo y está lleno de desafíos. Sin embargo, con un compromiso genuino para repensar cómo abordamos el trabajo y el bienestar, podemos comenzar a construir organizaciones donde la productividad y el bienestar no solo coexistan, sino que se potencien mutuamente. Los departamentos de gestión de personas tienen una oportunidad única para liderar este cambio, demostrando que la empatía y el pensamiento innovador no son solo valores deseables, sino esenciales para el futuro del trabajo.
Referencias:
Fleming, W. J. (2023). Employee well‐being outcomes from individual‐level mental health interventions: Cross‐sectional evidence from the United Kingdom. Industrial Relations Journal.
Krekel, C., Ward, G., & De Neve, J. E. (2019). Employee wellbeing, productivity, and firm performance. Saïd Business School WP, 4.
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Photo by Abbie Bernet on Unsplash
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