23 de Diciembre de 2024
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enero 29, 2019 9 min
Coincidiendo con su 100 aniversario la OIT acaba de publicar un programa de medidas destinadas a lograr un futuro del trabajo que proporcione oportunidades de trabajo decente y sostenible.
Hace cien años, en 1919, se fundó la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Acababa de firmarse la paz que ponía fin a la Primera Guerra Mundial y sus fundadores eran plenamente conscientes del papel que jugaron la desigualdad social y las pésimas condiciones de trabajo consecuencia de la veloz industrialización de la época para avivar las chispas del conflicto.
Durante los años que siguieron, la OIT produjo convenios y recomendaciones que poco a poco establecieron los derechos básicos del trabajo que, al menos en las partes más beneficiadas del mundo, hoy en día damos por garantizados, como la libertad sindical, la abolición del trabajo forzoso o el establecimiento de una la edad mínima para trabajar.
Las recomendaciones de la OIT son ratificadas por los distintos países y trasladadas a la legislación, por lo que influyen de manera decisiva sobre la realidad que vivirán los trabajadores en todo el mundo.
Cuando se van a cumplir cien años desde su fundación, nos encontramos de nuevo frente a profundos cambios que afectan al mundo del trabajo: el imparable avance tecnológico, las tendencias demográficas o el cambio climático. Estas fuerzas aportarán sin duda nuevas oportunidades, pero también traen consigo la amenaza de aumentar la desigualdad, poniendo de nuevo sobre la mesa la misión originaria de la OIT, de asegurar un ‘contrato social’ que garantice una estabilidad duradera.
No son pocas las voces que nos advierten que, tras el auge de los populismos que estamos viviendo en nuestra época, se intuye el efecto de un incremento de la desigualdad a nivel global en gran medida alimentada por los veloces cambios en el mundo del trabajo.
En este contexto y como culminación a un proceso de reflexión que se inició en 2015, en el que han participado organismos y expertos de sus estados miembros, la Comisión sobre el Futuro del Trabajo de la OIT acaba de publicar un informe titulado Work for a brighter future, en el que propone un programa de medidas destinadas “a lograr un futuro del trabajo que proporcione oportunidades de trabajo decente y sostenible”. Este objetivo también está en línea con los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU para 2030, uno de los cuales se titula precisamente “trabajo decente y crecimiento económico”.
El informe de la Comisión aborda muchos temas de forma valiente, haciendo un llamamiento a gobiernos, sindicatos y empresas a actualizar sus políticas para adaptarlas a un mundo en el que el trabajo es ya muy distinto al de hace un siglo.
Para empezar, uno de los pilares fundamentales que destaca en el documento es la recomendación de extender la necesidad de protección a las nuevas formas de trabajo, como el autoempleo o el trabajo en las plataformas digitales equiparándolos a los empleos tradicionales. Para ello, propone establecer una Garantía Laboral Universal que fije el nivel mínimo de protección común a todas las formas de empleo.
También propone reconocer un derecho universal al aprendizaje permanente que permita a las personas adquirir nuevas competencias, mejorar su empleabilidad y reciclarse profesionalmente a lo largo de una vida laboral cada vez más larga y cambiante, así como dar mejor soporte a las transiciones de la escuela al trabajo, o del trabajo a la jubilación.
Ante el impacto de la tecnología en el trabajo, la Comisión recomienda un enfoque que sitúe al ‘humano al mando’ asegurando por ejemplo que la automatización siga dejando a las personas un contenido relevante, que las decisiones sean tomadas por humanos en vez de por algoritmos, que los trabajadores tengan garantizado el acceso a sus propios datos, o el derecho a la desconexión digital.
Frente a los lentos avances respecto a igualdad de género, propone medidas más activas, como permisos que animen a ambos progenitores a compartir las responsabilidades de cuidado o políticas de transparencia salarial y cuotas definidas que permitan una visión más clara sobre los avances en este frente.
No dejan también de incidir en la necesidad de adaptar las instituciones vinculadas al trabajo a la nueva realidad, como los sindicatos, a los que piden tener en cuenta las nuevas formas de empleo o las organizaciones empresariales, que también deberían adaptarse a una mayor diversidad y a la vez tratar de incorporar a la discusión a los cada vez más poderosos gigantes mundiales, que muchas veces no están entre sus miembros.
Siendo conscientes de que sus recomendaciones van a requerir importantes inversiones, así como una mirada amplia y a largo plazo, cierran el informe con un llamamiento a revisar el modelo económico imperante, así como los incentivos de las empresas, para que incorporen la sostenibilidad y la mirada centrada en las personas entre sus prioridades.
El tiempo dirá si el guante de estas recomendaciones es recogido por los distintos países. La historia nos dice que, aunque al principio de forma lenta, propuestas que parecían demasiado ambiciosas o directamente inaceptables acabaron siendo adoptadas mejorando el trabajo y por tanto la vida de millones de personas en todo el mundo.
Pase lo que pase, lo que parece seguro es que los próximos cien años de la OIT van a ser con toda seguridad tanto o más interesantes que el siglo transcurrido desde su fundación.
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