20 de Noviembre de 2024
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abril 7, 2020 9 min
Los futuros del trabajo: un debate pandémicamente acelerado
Estos días de confinamiento nos invitan a repensarnos a muchos niveles. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, lo que concierne al trabajo.
Quién, dónde y cuándo trabajará en los próximos años es una pregunta que está encima de la mesa para todas las capas y condiciones de la sociedad. Veamos un repaso de las narrativas más recientes y cómo una pandemia – situación tan excepcional como inesperada – nos desafía y nos acelera a imaginar un futuro diferente.
En los tres últimos años los temores sobre la cuarta revolución industrial y el futuro del trabajo han evolucionado muchísimo. Comenzamos con aires algo luditas, llenos de mensajes alarmistas sobre la robotización y el futuro del trabajo. En verano de 2017 parecía que al volver de vacaciones nos encontraríamos un robot ocupando nuestra silla. La sombra de la amenaza tecnológica sobre el mundo del trabajo es tan antigua como los luditas ingleses quemando máquinas hiladoras en el siglo XIX. Y desde ahí las filias y fobias ante la innovación han prosperado en distintas versiones. Hace poco di con una portada de la revista ‘Time’ donde aparecía un robot empujando una carretilla cargada con una fábrica humeante, junto a titulares sobre nueva economía y tendencias de futuro del empleo. Precisamente las preocupaciones que tenemos hoy, pero con la estética de hace tres décadas.
Después nos dimos cuenta que la amenaza no tenía forma humanoide, sino que había que centrar el debate en la Inteligencia Artificial, ya no sólo por las tareas que pudiera robarnos, sino también porque puede intervenir en los procesos de selección de personal. También puede monitorizarnos, evaluarnos y calcular rápidamente nuestro rendimiento en relación al coste que generamos y la ratio comparada con compañeros. Ahí reclamamos regulaciones que protejan nuestros derechos y estrategias supranacionales (por ejemplo esta que propone ETUI).
Yuhal Novah Harari, reconocido historiador israelí, proclama que con el auge de la inteligencia artificial, la robotización y la automatización se forja una nueva capa social: la clase inútil o inservible (en inglés, ‘useless class’). Si la clase obrera es propia de la primera revolución industrial –como efecto de la creación de fábricas y el desarrollo urbano–, la clase inservible vendría a ser la secuela de la cuarta. Es un escenario posible, pero no necesariamente el único.
Cada vez estaba ganando importancia la visión no dual, donde se entiende que el futuro está en las alianzas donde la tecnología nos asiste. En el caso de la Inteligencia Artificial nos puede asistir en el proceso de recogida y análisis de datos, aunque la decisión final sería humana. En el caso de los robots, vemos por ejemplo cadenas de producción que incorporan exoesqueletos para que las personas reduzcan fatiga y riesgo de lesiones. Me pregunto qué habría cambiado en el manejo de la pandemia si ya hubiéramos establecido ese marco de colaboración.
Otro vector de discusión que ha abierto nuevos escenarios en el futuro del trabajo es el auge de la gig economy (economía bajo demanda). Las plataformas digitales están reconfigurando las relaciones laborales y el futuro del trabajo en sectores como la movilidad, el turismo, la formación, las finanzas, las relaciones personales… Y en España en mayor medida porque somos líderes europeos en trabajo a través de estas nuevas tecnologías: un 17% de las personas en edad de trabajar realiza actividades por medio de dichas plataformas al menos una vez por semana.
No podemos obviar que a fecha de hoy, donde hay millones de personas bajo confinamiento en todo el mundo por la pandemia de Covid19, estamos sometidos a un test duro de digitalización. Como cualquier otro test, genera una criba y la primera distingue entre aquellas empresas y profesionales que pueden convertirse al teletrabajo y los que no. Dentro de los que no, tenemos las personas involucradas en tareas esenciales que requieren presencia (como el sector sanitario o el abastecimiento de alimentos). Pero también hay muchas PYMEs y autónomos que han tenido que bajar sus persianas y algunas se preguntan si podrán volver a abrirlas cuando la tormenta pase. Los innumerables ERTEs dejan al descubierto que la digitalización era una asignatura pendiente para muchos, pero también la cantidad de personas que quedan desprovistas de una red de seguridad que va tácitamente vinculada a un contrato laboral.
Al principio del confinamiento los transportes públicos iban aún llenos. Simplemente porque muchas personas no podían elegir no ir a trabajar. Un capítulo especial hay que hacer para la economía de los cuidados, históricamente invisibilizada, donde la mitad de los contratos son temporales y de tipo verbal. Además, en España, pero también en la mayor parte del mundo, el trabajo en este sector se caracteriza por la feminización, la precariedad, el clasismo y el racismo. Esperemos que la pandemia nos abra los ojos en muchos sentidos, pero uno necesario es la revalorización de los cuidados.
Para los casos en que la pandemia obliga a instalarse en el teletrabajo (o intensificarlo), el capítulo de preocupaciones es variado, comenzando por la brecha digital y siguiendo por una gran dependencia de monopolios tecnológicos que casi contamos con una mano. Sin duda el confinamiento nos acerca al futuro del trabajo. Dejamos de tener oficina para poder trabajar desde cualquier lugar, aunque en este momento la única elección es trabajar en casa. Implica nuevas rutinas en las reuniones pero también impacta en la conciliación, la concentración y el derecho a la desconexión. La mayoría de personas que se han iniciado a la fuerza con el teletrabajo narran su sensación de estar trabajando más horas y de forma más agotadora que en su ajetreo habitual.
En términos globales, el bache que esta pandemia está generando tendrá mucho impacto en el tejido económico y social. La OIT a mediados de marzo publicó una estimación de que el paro causado por el Covid-19 superará los 25 millones, más que los 22 Millones de la crisis 2008-2009. Esto sin contar las personas en condiciones laborales precarias que, antes del Covid-19, se calculó serían unas 35 millones más en 2020.
No cabe duda que tras esta situación excepcional harán falta medidas excepcionales. Lo que los datos y las tendencias apuntan claramente es que no es ni deseable ni sostenible el contrato social entre trabajo y protección social, ese New Deal ni es nuevo ni propone ningún trato decente. Nos enfrentamos a los defectos y debilidades fundamentales de nuestras políticas sociales y del mercado laboral, mecanismos de solidaridad y modelos de responsabilidad colectiva para gestionar los riesgos que pesan injusta y gravemente sobre los ciudadanos más vulnerables.
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Liliana Arroyo es investigadora del Instituto de Innovación Social de Esade
Imagen Studio Incendo bajo licencia Creative Commons
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