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noviembre 23, 2023 9 min

El impacto de la IA en las economías emergentes y el futuro del trabajo

El potencial de la inteligencia artificial para transformar positivamente las economías emergentes es inmenso, pero para ello es esencial un compromiso coordinado de todos los actores implicados, públicos y privados, y de la sociedad civil.

El impacto de la IA en las economías emergentes y el futuro del trabajo

Santiago García

Un contenido de Santiago García

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Varios factores influyen en cómo se distribuye la fuerza laboral del planeta. Entre otros, las tendencias demográficas, el crecimiento económico, y las políticas de inmigración de los distintos países. Desde hace ya varios años, las economías en desarrollo, especialmente en África subsahariana y partes de Asia, están experimentando un crecimiento demográfico mucho más rápido que las economías avanzadas. En consecuencia, gran parte de la población de esos países es muy joven y entrará en el mercado laboral en las próximas décadas, con lo que una proporción cada vez mayor de la población laboral del planeta estará formada por personas nacidas en esos Estados.

Este mayor crecimiento de la población de esos países “en vías de desarrollo” puede dar lugar a medio plazo a un “dividendo demográfico global” que contribuya a la prosperidad del conjunto del planeta, pero esto dependerá, entre otros factores, de las capacidades y valores de sus nuevas generaciones, que, a su vez, serán producto de la educación que hayan recibido estas personas, de cómo hayan sido sus condiciones de vida, pero también, en gran medida, de lo que hayan aprendido a lo largo de su vida laboral. Si los trabajadores de estos países no poseen las habilidades y el conocimiento para participar en sectores de alto valor añadido, pueden quedar relegados a trabajos de baja remuneración y productividad. En este escenario, el mayor crecimiento demográfico de los países en desarrollo podría acabar lastrando el crecimiento económico global y aumentando las desigualdades.

En relación con esta cuestión, académicos como D. Rodrik advierten desde hace algunos años de los riesgos de la “desindustrialización prematura” que sufren muchos países en desarrollo, un fenómeno por el cual la contribución del sector industrial al PIB de esos países alcanza su máximo a un nivel de PIB per cápita muy inferior de lo que sucedió en su momento en las economías avanzadas, con las consiguientes consecuencias en la estructura sectorial del empleo y, por tanto, en las capacidades que los trabajadores de esos países pueden aportar a la fuerza de trabajo global.

Existen muchas hipótesis sobre las causas de este fenómeno. Los expertos han señalado, entre otras, la liberalización del comercio y la masiva entrada de China en el sector manufacturero mundial; los cambios en las cadenas de suministro globales, que hacen que los empleos industriales se distribuyan de manera más dispersa entre diferentes países; y también los avances tecnológicos y la automatización de tareas, que, entre otros efectos, permiten a las empresas de los países desarrollados traer de vuelta a sus lugares de origen la fabricación de productos que antes habían desplazado a otras regiones del mundo en busca de menores costes laborales.

En este sentido, son destacables las investigaciones del profesor de la Universidad de Goettingen Henry Stemmler, quien en 2019 analizó el caso de Brasil y evidenció que la robotización de la industria manufacturera en los países a los que las empresas brasileñas exportan sus productos provoca una disminución de las exportaciones de productos terminados, un desplazamiento de la demanda de trabajo del sector industrial (en el caso de Brasil hacia el sector primario), y una mayor polarización del mercado laboral entre ocupaciones elementales y empleos de alta cualificación, con el consiguiente aumento de la desigualdad; mientras que el efecto de la automatización de las empresas locales es, sobre todo, un descenso de la demanda (y de los salarios) de los trabajadores menos cualificados (principalmente operadores de máquinas).

Ahora, la gran duda es el efecto que el rápido desarrollo de las tecnologías de inteligencia artificial al que estamos asistiendo puede acabar teniendo en las economías y en los trabajadores de los países en desarrollo, y, por tanto, en el futuro de la fuerza de trabajo del planeta. En particular si tenemos en cuenta que el número de empleos que se verán afectados por este cambio tecnológico a nivel mundial previsiblemente será muy superior al número de empleos afectados por los avances en el campo de la robótica. Desde esta perspectiva, ¿deberíamos ver la llegada de la IA como una amenaza o como una oportunidad?

La Organización Internacional del Trabajo (ILO) publicó recientemente un informe en el que trataba de cuantificar el impacto de la inteligencia artificial generativa en el empleo a nivel mundial. Según este informe, la proporción de trabajos susceptibles de ser automatizados como consecuencia de la introducción de estas nuevas tecnologías en los países en desarrollo es significativamente inferior que lo que observamos en los países de altos ingresos. En concreto, mientras en los países más desarrollados el 5,5% de los empleos están potencialmente expuestos a este riesgo, en los países de bajos ingresos el riesgo de automatización afecta únicamente al 0,4% del empleo. En cambio, apenas hay diferencia en cuanto a la proporción de trabajos susceptibles de ser “aumentados”, es decir, ocupaciones donde las personas pueden utilizar estas tecnologías como un “complemento”. Por tanto, al menos a primera vista, parece que la incorporación de la inteligencia artificial podría representar una gran oportunidad para las economías en desarrollo.

Sin embargo, también hay sombras. Por ejemplo, este mismo informe advierte que, aunque en los países de menores ingresos hay pocos puestos de trabajo que pueden ser automatizados, se trata de empleos altamente feminizados, que, además, en muchos países han sido una de las principales vías para la incorporación de la mujer al mundo laboral a medida que sus economías se han ido desarrollando. Por tanto, ya no es solo que el riesgo de automatización por la incorporación de soluciones de IA generativa afecte a las mujeres el doble que a los hombres (en esto los países de bajos ingresos se diferencian poco de las economías desarrolladas), sino que es posible que, como consecuencia de ello, en algunos de esos países esos empleos no surjan nunca, retrasando la integración de la mujer en el mercado de trabajo y, por tanto, el desarrollo social de estas naciones.

Y esta no es la única amenaza. También hay otras que afectan a esos cientos de millones de empleos potencialmente susceptibles de ser “aumentados” que señala el informe de la ILO. Por ejemplo, la falta de una infraestructura de telecomunicaciones confiable puede limitar la aplicación de la IA en muchos países. Entre otras razones, porque el aprovechamiento de estas nuevas tecnologías depende del acceso a conectividad de banda ancha, y en 2022 un tercio de la población mundial todavía no tenía acceso a internet, mientras que otros muchos millones de personas, que sí tienen acceso, tampoco podrán beneficiarse de estas tecnologías debido a limitaciones en la calidad de la conexión o al coste del servicio. Y a esto debemos sumar limitaciones mucho más básicas, como la falta de un suministro eléctrico fiable en muchos de esos países.

Por otro lado, una adopción “con criterio” de la inteligencia artificial (IA) requiere de una base sólida en habilidades digitales. Si bien es cierto que en muchas economías emergentes el uso de smartphones y tecnologías básicas ha crecido de manera exponencial, existe una brecha significativa en términos de habilidades avanzadas, que puede limitar la capacidad de los países menos desarrollados de aprovechar el potencial de estas nuevas tecnologías. 

El fenómeno de la “fuga de cerebros” es otro factor crítico que considerar. Si los profesionales capacitados en IA y tecnologías avanzadas ven oportunidades más atractivas en economías desarrolladas, puede producirse una migración de talento cualificado que debilite la capacidad de las naciones emergentes para competir en un escenario global, y crear un círculo vicioso, donde la falta de especialistas en el país limite la inversión en nuevas tecnologías mientras la falta de oportunidades en el sector empuja a los jóvenes talentos a emigrar.

Por si todo esto fuera poco, los altos niveles de autoempleo e informalidad de las economías de esos países, las carencias de sus sistemas educativos, la menor cobertura y generosidad de los sistemas de protección social, junto con un sistema tributario que ofrece solo una redistribución modesta de la riqueza, hacen que estos desafíos sean difíciles de abordar. 

Sin embargo, la tecnología también podría ser parte de la solución. 

Por ejemplo, las economías emergentes tienen la ventaja de poder «saltar etapas tecnológicas». De la misma manera que muchos países pasaron directamente a la era de la telefonía móvil sin haber desarrollado una extensa infraestructura de telefonía fija, es plausible que estas naciones puedan adoptar y adaptar rápidamente tecnologías de vanguardia, como la IA, sin pasar por etapas intermedias.

Además, la IA también puede abrir oportunidades en sectores tradicionalmente clave para las economías emergentes. La agricultura, por ejemplo, puede beneficiarse enormemente de las tecnologías de IA, permitiendo una producción más eficiente, sostenible y adaptada al cambio climático. Del mismo modo, en el ámbito de la salud, la IA tiene el potencial de democratizar el acceso a diagnósticos y tratamientos de calidad, una necesidad acuciante en muchos de estos países.

Al mismo tiempo, los posibles efectos adversos de la automatización pueden ser parcialmente compensados por las nuevas oportunidades que ofrece el trabajo en plataformas en línea, que permite a las personas conectarse a distancia a mercados laborales digitales globales, mientras que la digitalización de las transacciones puede ayudar a reducir la informalidad y combatir la evasión fiscal.

En todo caso, es crucial que los gobiernos de las economías emergentes sean proactivos en la definición de políticas y estrategias relacionadas con la IA. Esto implica garantizar la inversión en infraestructura digital, fomentar la formación en habilidades tecnológicas, establecer marcos normativos que incentiven la innovación y, a la vez, protejan los derechos de trabajadores y consumidores, y fomentar colaboraciones público-privadas que impulsen el desarrollo y adaptación de estas tecnologías. 

La buena noticia es que, aunque los desafíos son grandes, el potencial de la inteligencia artificial para transformar positivamente las economías emergentes es inmenso. Pero, para que este potencial se materialice, es esencial un compromiso coordinado de todos los actores implicados, públicos y privados, y de la sociedad civil. Debemos comprender que la IA puede ser una herramienta poderosa para la equidad, el crecimiento y el desarrollo de los países de menores ingresos, pero solo si se gestiona de manera estratégica y con visión a largo plazo. 

Un proceso del que los países desarrollados no podemos quedarnos al margen, porque nos jugamos el futuro.

Referencias

Pawel, G., Janine, B., & David, B. (2023). Generative AI and jobs a global analysis of potential effects on job quantity and quality. International Labour Organization.

Rodrik, D. (2016). Premature deindustrialization. Journal of economic growth21, 1-33.

Stemmler, Henry. (2019). Does automation lead to de-industrialization in emerging economies?-evidence from brazil. Evidence from Brazil (September 13, 2019). CEGE Discussion Papers Number.

Summers, Andy. (2018). What is Premature Deindustrialisation and Does it Matter. London: ESRC Global Poverty and Inequality Dynamics (GPID) research network 

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Artículo publicado originalmente en el número de noviembre de la revista Capital Humano.

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Photo by Shubham Dhage on Unsplash

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