20 de Noviembre de 2024
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marzo 1, 2018 9 min
La economía doméstica como nunca antes la vimos
Aunque las estadísticas oficiales las ignoran, cada vez más personas trabajan e innovan en la economía doméstica. ¿Estará ahí el futuro del trabajo?
Hubo un tiempo en que la parte empleadora y la parte empleada tenían las cosas claras. La mano de obra, la plantilla o el personal, todas ellas expresiones que servían para identificar a quienes dedicaban un tiempo de sus vidas a trabajar. Eso los convertía en pertenecientes a un colectivo con unas señas de identidad bien definidas: recibían un salario y acordaban mediante un contrato cuáles eran sus derechos y obligaciones.
Alvin Toffler publicó en 1980 The Third Wave, un libro en el que incluye un término que cambió las reglas del juego: prosumer. ¿Por qué? Porque en él hace alusión a lo que definió como unpaid work. Se refería a un trabajo no remunerado que realizaban miles y miles de personas porque les apetecía; fuera, por tanto, de la clásica relación entre parte contratante y parte contratada. Sin salario de por medio, la figura de prosumer servía para identificar a las personas que no se conformaban con recibir un producto o servicio, sino que querían enredar con él, a la búsqueda de satisfacer necesidades personales más allá de lo que la marca ofrecía.
En 2017 Eric von Hippel ha publicado Free Innovation. Han transcurrido por tanto, 37 años desde que Toffler propusiera el concepto de prosumer. Entre otras cosas, von Hippel aporta en este libro datos derivados de una serie de encuestas nacionales sobre innovación de usuario, es decir, la que procede no de las marcas, sino de los usuarios de sus productos o servicios, sean personas u organizaciones. Pues bien, referido a las personas, los datos son tremendos. En el Reino Unido, Japón, Canadá, Corea del Sur, Finlandia y Estados Unidos cerca de 25 millones de personas innovan a través de la economía doméstica, esa que no se refleja en las estadísticas oficiales.
Sigue estando presente el dinero pero junto a otros factores que lo relativizan
¿Qué reciben a cambio estas personas que trabajan porque quieren en torno a ciertos productos y servicios? El mismo von Hippel en otra encuesta indaga sobre cuáles son estas motivaciones y señala cinco: (1) el uso personal de las innovaciones que se desarrollen, (2) la diversión que en sí mismo suponen, (3) el desarrollo de habilidades y el aprendizaje, (4) la ayuda a otras personas y, finalmente, (5) conseguir dinero. Sí, sigue estando presente el dinero pero junto a otros factores que lo relativizan.
Hoy en día los usuarios trabajan, por así decirlo, en un universo paralelo. A veces, es cierto, pueden colaborar con las marcas, pero no siempre es así, ni mucho menos. Es más, a veces los usuarios compiten contra las marcas, siendo capaces de ofrecer lo que ellas no pueden. En una loca carrera por personalizar producto para avanzar en la individuación que caracteriza nuestro tiempo, los usuarios son mucho más flexibles que las empresas que diseñan y fabrican los productos que les llegan.
La cultura maker y el do it yourself proporcionan una nueva dimensión al garaje de toda la vida
El trabajo a través de la economía doméstica cuenta además con otros dos factores que lo hacen cada vez más posible: (1) la disponibilidad de más y mejor información a través de Internet y (2) el aumento de recursos tecnológicos para diseñar y fabricar de forma personal. La cultura maker y el do it yourself proporcionan una nueva dimensión al garaje de toda la vida donde se desarrollaban los hobbies de cada cual. Ahora el usuario puede competir con la empresa. O podría colaborar. Caben las dos opciones e incluso posiciones intermedias.
Clay Shirky tiene también dos libros publicados para entender esta nueva fuerza de trabajo: Here comes everybody: the power of organizing without organizations y Cognitive surplus: creativity and generosity in a connected age. El futuro del trabajo puede acontecer de muy diferentes maneras. Pero hoy conocemos Linux y la Wikipedia. Son realidad, no simples quimeras. Las personas trabajan (cambia si quieres el verbo y usa otro con el que estés más a gusto) porque quieren. Por altruismo, por reconocimiento o por simple diversión. O por dinero. Pero no en el marco de una relación con una entidad que contrata su tiempo de forma regulada. Hoy aparecen nuevas formas de trabajar.
Von Hippel define free innovation en la primera página de su libro así:
I define a free innovation as a functionally novel product, service, or process that (1) was developed by consumers at private cost during their unpaid discretionary time (that is, no one paid them to do it) and (2) is not protected by its developers, and so is potentially acquirable by anyone without payment—for free. No compensated transactions take place in the development or in the diffusion of free innovations.
Importa compartir lo que se sabe, no encerrarlo bajo siete candados
La segunda parte de la definición aleja a quienes la protagonicen de los estándares de las empresas. No es solo que lo que estos usuarios saben no esté “protegido”, sino que estarán encantados de pregonarlo a los cuatro vientos. Serán felices compartiendo lo que saben con otras personas que sienten una pasión similar. Importa compartir lo que se sabe, no encerrarlo bajo siete candados.
Sí, parece un tipo de trabajo un tanto extraño. Millones de personas empeñadas en hacer lo que quieren porque quieren. Y no parecen necesitar a las empresas. ¿Será la respuesta a tanta amenaza de que morirán millones de empleos a manos de la digitalización de las empresas industriales? Hoy la industria 4.0 es la apuesta por la competitividad. Más y más talleres que saben que competir es gestionar costes y mejorar procesos ayudados por la digitalización. Y ahí llega un momento en que el robot le gana la partida al humano. Ese tipo de empleo desaparece.
Es difícil adivinar en la bola de cristal qué sucederá con el trabajo del futuro. Pero pudiéramos estar asistiendo al nacimiento de nuevo paradigma que queda oculto a los datos oficiales. Al menos en cuanto a innovación se refiere. Millones de personas en sus garajes, con Internet como fuente de información y autopista para intercambiar lo que saben. ¿Querrán ganar dinero con ello? ¿Lo podremos llamar trabajo? ¿Irá a más? Paciencia. To be continued…
Imagen Gerwin Sturm bajo licencia Creative Commons
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Julen Iturbe-Ormaetxe es consultor artesano y profesor de la Universidad de Mondragón
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