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agosto 30, 2023 9 min

¿Puedes probar que eres humano?

Por primera vez afrontaremos la necesidad de certificar nuestra humanidad en los trabajos asociados a la creatividad. La 'presunción de humanidad' que hasta ahora dábamos por sentada ya no estará garantizada.

Jordi Serrano

Un contenido de Jordi Serrano

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Un mensaje frecuentemente proclamado en el ámbito empresarial, con variados niveles de sinceridad, es la manida afirmación de que «lo importante son las personas». De igual modo, no es raro escuchar a una empresa declarar que su recurso más valioso es, de hecho, su equipo humano.

Este axioma ha cobrado especial relevancia en las últimas décadas, donde el trabajo originado en la Revolución Industrial ha ido cediendo terreno al trabajo del conocimiento. En este nuevo escenario, la creatividad, la capacidad de gestionar información y las habilidades sociales se han valorado más que las capacidades físicas que predominaban en épocas pasadas. La automatización y la deslocalización de numerosos trabajos de índole más física han acelerado esta transformación.

En el mundo contemporáneo, los trabajadores vinculados con el conocimiento y los servicios profesionales, comúnmente denominados «de cuello blanco», se han distinguido de sus homólogos obreros «de cuello azul». Generalmente, disfrutan de condiciones laborales más favorables y reciben una atención más especializada por parte de los departamentos de gestión de personas, que son conscientes de la complejidad que supone atraer o sustituir a individuos con un conjunto de habilidades más difíciles de conseguir.

Este ha sido el estado de las cosas durante las últimas décadas, pero podríamos estar al borde de un cambio significativo. Como ya hemos señalado en artículos anteriores, una de las sorpresas recientes ha sido la rapidez con la que la automatización, impulsada por la Inteligencia Artificial, está entrando en estos trabajos «de cuello blanco». Esto es especialmente notable en roles que asociamos con la creatividad y que considerábamos inmunes a la mecanización. Cada semana somos testigos de nuevas evidencias que sugieren que las máquinas están adquiriendo la capacidad de generar una variedad de contenidos que, hasta hace poco, sólo los humanos podían producir.

Si esta tendencia se consolida, presenciaremos cómo las cualidades que hacían únicos a estos trabajadores del conocimiento perderán valor de forma acelerada. Se verán eclipsadas por una avalancha de contenido generado en masa mediante el uso de Inteligencia Artificial.

Es importante recordar que el valor que atribuimos a las cosas está estrechamente relacionado con su escasez. Un cuadro original y único firmado por el artista tiene un valor superior al de las decenas de copias de sus litografías. A su vez, estas litografías, limitadas a un número específico de ejemplares, son más valiosas que los miles de imágenes del mismo cuadro disponibles en Internet de forma gratuita.

Es por eso que el mundo surgido tras la revolución industrial, en el que los bienes se producen en masa, aquello ‘hecho a mano’ tiene más valor. En este caso, la ‘humanidad’ aplicada al proceso y saber que existen pocas piezas hechas por esa persona, aporta valor frente al mismo artículo realizado de manera automatizada, incluso aunque la calidad intrínseca del artículo hecho por las máquinas sea comparable. Esa es la diferencia principal entre el ‘artesano’ donde cada trabajo que la persona realiza es único y el ‘obrero’ que da soporte a procesos estandarizados. Un artesano es por tanto más único y difícil de reemplazar que un obrero. (Nota: Sobre esto, vale la pena repasar los ensayos del sociólogo Richard Sennet sobre la artesanía)

¿Cuál será el valor del trabajo de un creativo que diseña logotipos cuando generar miles de ellos sea tan simple como apretar un botón? ¿Qué valor tendrá un artículo como el presente si un modelo como ChatGPT puede redactar cientos de ellos en cuestión de segundos?

Los «artesanos del conocimiento» afrontan el riesgo de transformarse en «obreros», de manera similar a cómo los artesanos medievales se vieron desplazados con la llegada de la Revolución Industrial.

Ante este panorama, la pregunta crucial que surge es: ¿Cuál será el valor único que las personas podrán aportar, esa cualidad irremplazable que justificará que alguien esté dispuesto a pagar una cantidad adecuada por su trabajo?

La primera y más evidente respuesta es que los seres humanos deberán ser capaces de realizar tareas que las máquinas no puedan llevar a cabo. En esta línea, sobresalen aquellas habilidades asociadas a empatizar con otras personas y aquellos trabajos que se desarrollan en entornos de alta incertidumbre que son difíciles de entender por las máquinas.

También se ha mencionado a menudo la creatividad como una habilidad exclusivamente humana, pero ante los recientes avances en Inteligencia Artificial, el estándar se eleva considerablemente. Ya no es suficiente con ser capaz de diseñar un logotipo convencional, redactar un artículo o programar una página web; esas tareas las están empezando a realizar las máquinas. Ahora, para considerarse ‘creativo’, uno deberá ser realmente distinto. El producto generado deberá ser verdaderamente único. Pareciera que estamos comenzando a abandonar el dominio del ‘artesano’ para acercarnos cada vez más al del ‘artista’, el ápice de la singularidad.

Es importante subrayar que estos nuevos ‘artistas’ también emplearán las nuevas tecnologías, pero con toda probabilidad hallarán formas de utilizarlas de maneras únicas y distintivas. Esto ya ha sucedido en el pasado; por ejemplo, cuando la fotografía llego a las masas con la llegada de las cámaras portátiles y la automatización de los procesos de revelado. Hoy en día, no etiquetamos como ‘fotógrafo’ a quien simplemente toma una foto en el cumpleaños de sus hijos. Consideramos fotógrafo a aquel que, además de dominar la técnica, es capaz de aportar una perspectiva única a sus imágenes.

La otra forma de aportar valor, en caso de no poseer una habilidad diferenciadora, es el valor intrínseco que conlleva que el trabajo haya sido realizado por un ser humano. De la misma manera que valoramos más una prenda de ropa hecha a mano en comparación con una producida industrialmente, el simple hecho de que un trabajo haya sido realizado por una persona podría ser considerado más valioso.

El desafío que se plantea en este segundo escenario es que, con contenidos generados mediante Inteligencia Artificial, no será tan sencillo demostrar que el trabajo ha sido realizado por un humano. Por primera vez en trabajos asociados a la creatividad, afrontaremos la necesidad de certificar nuestra humanidad. La ‘presunción de humanidad’ que hasta ahora dábamos por sentada ya no estará garantizada.

Como ilustración de esto, en una reciente noticia, se relata el caso de una persona que fue descalificada de un concurso de fotografía porque los jueces creyeron que estaba hecha mediante Inteligencia Artificial, cuando no era así.

Otro ejemplo lo vemos en el campo de la educación, donde la redacción de ensayos y otros tipos de textos constituye uno de los métodos principales para evaluar el conocimiento de los estudiantes. Aunque han surgido herramientas que prometen detectar textos generados por IA, se está demostrando que esta tarea es todo menos sencilla. Un ejemplo revelador es la retirada de una solución ofrecida por la propia OpenAI (creadora de ChatGPT), debido a su falta de eficacia; solo conseguía identificar uno de cada cuatro textos generados por IA.

En el ámbito de la informática, desde hace tiempo se trabaja en la «Prueba de Humanidad» (Proof of Humanity) con objetivos de seguridad y para evitar el abuso de ‘bots’ automatizados.

Quizás la aplicación más conocida —y a menudo odiada— sea el famoso ‘CAPTCHA’, que nos obliga a reconocer números borrosos o señales de tráfico para acceder a un sitio web. Lo que en su momento era una tarea que solo los humanos podían realizar, también ha dejado de ser un desafío para la Inteligencia Artificial, obligando a buscar alternativas más ingeniosas. Estas incluyen monitorizar cómo movemos el ratón o la velocidad a la que tecleamos para determinar si somos humanos o no. Una de las soluciones propuestas más irónicas, y quizás humillantes, se basa en la premisa de que los humanos hacemos ciertas cosas peor que las máquinas, cometiendo más errores que ellas. Frente a determinados problemas, si cometes suficientes errores, es probable que seas humano.

Otro ejemplo aún más reciente y quizás más controvertido es el nuevo proyecto de Sam Altman, también CEO de OpenAI, la compañía detrás de ChatGPT. Bajo el nombre de WorldCoin, esta nueva iniciativa propone escanear el iris de millones de personas para que, de este modo, ‘prueben su humanidad’. La idea es preparar a la sociedad para el mundo futuro que se avecina y, de paso, otorgar una posible renta universal en forma de criptomonedas. Si te parece una idea descabellada, debes saber que, en el momento de redactar este artículo, más de dos millones de personas ya han escaneado su iris, y las máquinas para hacerlo están instaladas incluso en algunos centros comerciales de España.

¿Y qué tendrán que hacer las organizaciones para asegurarse de que «lo más importante sigan siendo las personas» en este escenario?

Tras superar la primera fase de ‘sustitución’ de aquellos trabajos fácilmente automatizables con la nueva tecnología, las organizaciones tendrán que encontrar formas de que las personas continúen aportando un valor distintivo.

La respuesta tradicional es seguir fomentando y facilitando la formación continua de los empleados para que sus habilidades se mantengan competitivas frente al avance de la Inteligencia Artificial. Hablamos del famoso «reskilling» o reciclaje profesional, pero con una intensidad y enfoque mayores a los previstos. La meta será asegurarnos de no crear «obreros» digitales, sino personas con capacidades únicas que los distingan de aquellos que se limiten a interactuar con máquinas.

En el caso de que el producto o servicio que se ofrece sea valorado de manera intrínseca por haber sido realizado por un humano, tocará explorar la manera de ‘probar la humanidad’ en la línea de lo comentado anteriormente. Esto será especialmente importante y complejo en organizaciones que usen a personas distribuidas trabajando el remoto, o freelances (Extended Workforce). 

Y por último, también habrá que tener en cuenta que estas personas que serán realmente diferenciales van a estar muy cotizadas y la pregunta realmente difícil de contestar será qué puede aportarles a ellas pertenecer a una organización.

En el momento de la competición entre máquinas y personas que parece que se avecina, va a ser importante tener claro dónde reside en realidad el valor del trabajo y poder demostrar que hay humanos haciéndolo, para poder seguir diciendo aquello de que ‘lo importante son las personas’.

Será mejor que empecemos a pensar en ello.

***

Imagen Amanda Dalbjörn bajo licencia Unsplash

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